domingo, 20 de enero de 2013

El trato

Ella tiene los ojos fijos en el portón tapiado con banquillos y estatuas.
A su alrededor, las mujeres reparten metódicamente las cuchillas. Se inclinan sobre las chicas y niñas para susurrarles al oído mientras deslizan el metal en la palma de la mano. En la guerra, el trato es que los hombres mueren pero conservan el honor. El trato es que las mujeres viven, pero lo pierden.
Al llegarle el turno, ella no aparta la vista del portón hasta que un zarandeo la regresa a la mirada vehemente de una anciana. Pueden hacer tres cosas distintas con las cuchillas, les recuerda, pero tienen que usarlas, las dos. La vieja señala a la niña aferrada a su brazo e intenta besarle en la frente, de repente alguien pide silencio.

Los murmullos se extinguen con las luces, se apagan todas las velas, el sol mortecino se filtra por las vidrieras. Ahora no es momento de observar, ahora es momento de escuchar. Al otro lado llegan las pisadas y las voces, unos nudillos repiquetean la madera, unos hombros la empujan. El rumor se transforma en un grito marcial, pronto llegará el ariete.
Una joven de rodillas emite una arcada sorda y se desmorona en un charco de sangre negra, la cuchilla yace junto a su cuerpo sobre las baldosas. Es la señal.
Algunas se levantan los faldones y trazan el corte desde las ingles, otras se introducen la cuchilla en la vagina, las mayores  degüellan primero a las menores.
Cuando las bisagras estallan derrumbando las barricadas, sólo unas pocas se abalanzan sobre los hombres con metal, uñas, dientes, ululan, aúllan, y son abatidas junto al resto de los cadáveres.
Ella espera. La niña aferrada a su brazo solloza y tiembla, pero ella espera. Permanece sentada, abraza a la niña, le sonríe y le promete: Todo saldrá bien. Te quiero. Con un dedo sella sus labios y sonríe. Ha decidido. Respira hondo, lanza la cuchilla a la vista y alza las manos.
En la penumbra, en el estrépido, ellos la oyen. Ellos la ven.
Es la única que queda. Lo sabe. Los hombres avanzan con recelo y ansiedad, tendrá que demostrárselo. Entonces habla:
-Podéis hacer lo que queráis conmigo. Y la dejáis a ella.
Carcajadas. Se ríen. No importa.
-Por favor. Sólo tiene 5 años. Por favor.
Se zafa del pañuelo, una melena larga y suave. Se abre la blusa, los senos pequeños y turgentes.
A pocos pasos de distancia, uno de ellos detiene al resto. Se acerca empuñando una navaja, el uniforme sucio, la cara manchada. La mira con desdén. La huele con impaciencia.
-Podéis hacer lo que queráis conmigo. Y la dejáis a ella.
-Cállate. Quieta - le espeta. A los demás: - Primero yo. Luego tú. Después, vosotros. Vigilad a la otra.
La agarra de la barbilla y le obliga a abrir la boca. Ella saca la lengua, no esconde nada. La empuja contra la pared, le sube la falda. Se recrea mientras mantiene la navaja en su garganta. Tres dedos le hurgan y arañan la vagina, ella separa las piernas, no esconde nada.
Risotadas. Se burlan. No importa.
-Chúpamela. Si no me gusta, me la chupará ella - señala a la niña.
Ella atiende. Ella obedece. De pronto, él la interrumpe. La tumba y la penetra. El dolor no dura demasiado, termina deprisa. 
-El siguiente - les dice él.
Se acerca uno cojeando. Apesta a podrido. Le tira del pelo y le ordena: Por el culo. Ella titubea, él la abofetea.
-¡No le hagáis daño! - chilla la niña.
Antes de que ella pueda disculparla, uno de ellos golpea a la pequeña en el estómago y la deja inmóvil en el suelo.
-¡Por favor, hago lo que queráis, por favor! ¡Ella, no! - Se ha aguantado, pero ahora llora.
El dolor le atraviesa las entrañas hasta la nuca, embiste torpe pero fiero. Tarda. No importa.
-¡Un momento, yo a ti te conozco! -  la acusa otro. Le escruta el rostro y asiente convencido.
-Por favor, por favor...
-¡Tú eres la sobrina del sastre, y tenías un hijo!
-Por favor, por favor, sólo tiene 5 años, por favor, hago lo que queráis...
Ella tiene los ojos fijos en el niño.
A su alrededor, los hombres agarran al pequeño y le arrancan el vestido. Se inclinan sobre su pene y susurran entre ellos mientras uno desliza el metal sobre su cuello. En la guerra, el trato es que ella pierde el honor, pero vive. El trato es que él lo conserva, pero muere.

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