martes, 28 de junio de 2016

Comezón

Como la cabriola de una pulga. Todo empieza así. Una idea que salta sobre ti, una ráfaga desde el rabillo del ojo. Se hinca feroz, garras y dientes, sin que te percates. Tal vez sientas una ligera comezón, velozmente anestesiada. Pero el tamaño de las cosas suele ser inversamente proporcional a su importancia. Y con la progresión automatizada del engranaje en la maquinaria, tal cual dicta el imperativo biológico, la pulga, la idea, te come y crece, crece y te come.
Porque imagina que estás en  tu casa. Te sientes a salvo, obviamente. Es tu hogar. Lo que ocurre es que al pensarlo, comprendes que te has confiado. Oh, sí, crees reinar en tu trono contemplando la magnificencia de tus dominios. Pero no eres omnipresente. ¿Has comprobado la otra habitación? Y quien dice la otra, dice todas, pues a fin de cuentas, tú sólo estás en una. Qué tontería, ¿verdad? ¿Para qué ibas a comprobar el resto de la estancia? También podrías revisar que permanezcan cerradas puertas y ventanas, pero parece absurdo. Nadie entró contigo.
Piensa en ello detenidamente: te has confinado en soledad. Teléfonos, mensajería virtual: crees que tu voz o el repiqueteo de tus dedos te conectan al mundo. ¿Y el mundo acudirá a salvarte durante ese crucial lapso en que lo necesites? Si llegados a este punto no experimentas una razonable claustrofobia, es que ya te has muerto. Los accidentes ocurren y sólo los hipocondríacos los sobreviven.
¿Cuál es el peligro entonces, los demás o tú? Depende de lo que te mate primero. Afuera, turbas, predadores, la tecnología a la que no te adaptas y la naturaleza a la que te desadaptaste. Adentro, tu cabeza es tu ataúd. Yo no me fiaría de mi cerebro, encerrado y dependiente de unos sentidos tan manipulables. No es descabellado pensar que percibimos lo que podemos tolerar. Presta atención a tu piel: ¿ya te has habituado a ese hormigueo? Ácaros, gérmenes, bacterias, virus, en una sola palabra, patógenos. No los ves, no los oyes, no los sientes, pero están ahí, parasitándote en vida y muerte. Tal vez no te pique, pero yo de ti, me rascaría.

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