sábado, 19 de enero de 2008

Metáfora etílica

Las hormigas han vuelto.
Yo las atraigo embriagadas entre cristales empañados de alcohol.
Quiero enturbiar mis ojos con otro charco que no sean las lágrimas.
Las aspiro y las bebo. Su crepitar agrio se arrastra a calambres.
Goteo azúcar desde la punta de la lengua hasta el tuétano.
Arde. Duele. Escuece. Pica. Cosquillea. Nada.
Finalmente, sólo nada.
Las hormigas se han comido mis sentidos.
Corretean en el vacío de mi cuerpo y sus ecos retumban.
Algo va mal.
Puede que después de todo no fueran hormigas.
Puede que fueran larvas de abeja.
Ahora un enjambre vibra ruidosamente en mi cabeza.
La jalea se descompone en un vómito incontenible.
Quieren salir y me picotean incesantemente.
Se me inflama la garganta y sólo consigo barbotear.
No hay oxígeno para todos. Mi mente se confunde.
¿Estoy soñando? ¿Estoy muerta?
Salgo. El aire frío las anestesiará. La nieve helada me quema los pies.
No parece suficiente.
Las abejas enloquecen y emprenden el vuelo conmigo a rastras.
Lucho a trastabillas.
Ya no controlo mis brazos y mis piernas, caigo irremediablemente.
Lo último que pienso, a 10 metros del suelo, es que el cemento destrozará mi cráneo y las liberará.

No hay comentarios:

Publicar un comentario